Corporizando el propósito

Cuando estaba terminando mi doctorado tuve la oportunidad de incorporarme a las clases de anatomía de la escuela de medicina. Una gran parte de éstas consistía en la disección de cadáveres. Una de las muchas cosas que aprendí mientras me abría paso con el bisturí en el cuerpo humano es que no existe un lugar que pueda ser considerado propiamente como el centro. Había músculos, huesos, tejido conjuntivo, órganos, tubos, ligamentos, tendones, pero no un centro. Sin embargo, precisamente nosotros hablamos de encontrar nuestro centro, estar en nuestro centro, ser nuestro centro, ir al centro y así sucesivamente. Si no existe un centro, ¿Es simplemente por pereza mental que hablamos de este modo o estamos señalando en nuestro discurso el propósito de corporización que antecede a la corporización como propósito?

El centro no es una cosa, el centro es un proceso – igual que nuestros cuerpos no son una cosa, nuestros cuerpos son quienes nosotros somos como proceso. Nacer implica tener un cuerpo con el que iniciar el proceso de la vida, morir es rendir el cuerpo para finalizar el proceso de la vida. Contar con un cuerpo es experimentar el hecho de estar vivo, la viveza, a través de él. No tenemos un cuerpo ni estamos dentro de uno: experimentamos el estar vivos a través de nuestros cuerpos. Llevar nuestra atención al cuerpo es el inicio de nuestro proceso de centrado. Sentir nuestra «viveza» supone la posibilidad de construir nuestra habilidad directamente desde esta energía, el cultivo de una determinada virtud o un comportamiento, lo cual permite afirmarnos en esa energía y vivir una vida con propósito. El «centrado» es la corporización del propósito.

El primer principio de la metodología Somática en lo que se refiere a la corporización del propósito, es sentir la vida de nuestro cuerpo. Esto significa empezar a identificar con nuestras sensaciones – el edificio de la vida. Esto nos pone en contacto con la temperatura, el movimiento, la forma, la presión y nos conecta con el calentamiento, la condensación, el enfriamiento, una sensación de hormigueo, una corriente, firmeza, suavidad, de puesta en común, de inflexibilidad o de abertura hacia una nueva forma, por ejemplo. Esto no significa «tener una sensación» aunque esto puede suceder, sino sentir la vida a medida que ésta fluye a través de nosotros.

El segundo principio es el despertar al sentimiento corporizado de la vida. La sensación inicial de la vida crece y se expande. Respondemos a este impulso formando y desmontando barreras que permiten a las circunstancias de la vida pasar a través de nosotros según su ritmo y sabiduría. Las emociones llegan a la vida y empezamos a generar confianza en nuestras vivencias al moldearnos conforme a esa inteligencia primordial. Somos capaces de ver las cosas como son, sin aferramiento, sin añadir nada a ellas, sino viviendo plenamente nuestras alegrías y nuestras penas. Hay un pulso energético de anhelo que es la afirmación de la vida.

El tercer principio supone encarnar una ética somática: ¿Cómo queremos interactuar con el mundo?. Esto nos obliga a afrontar como vivimos en comunidad, como tomamos partido por la vida, como cedemos cuando es necesario, celebramos el cumplimiento, lloramos la pérdida, rompemos el contacto sin romper el compromiso, como adoptamos una postura en favor de la dignidad de todos los seres sensibles, de la tierra, del agua. Nuestras instituciones han fracasado a la hora de enseñarnos como vivir conforme a una ética corporizada de la satisfacción y la transformación. Construyendo una ética Somática, incorporamos una conducta e identidad en el contexto de los otros, de la hierba, los cuadrúpedos, las piedras, los alados, los nadadores, el aire. Podemos elegir un camino que de vida a nuestros propios tejidos de igual mientras alimenta el tejido social, el suelo bajo nuestros pies y el cielo sobre nosotros. Experimentamos esto como amor, interconexión sensible. La ética somática llega a lo particular y material tanto como a lo universal, abarcándolo todo. Nuestra interdependencia e interconexión se vive y se siente, generando más que un concepto o marco intelectual para el comportamiento correcto sino un espacio desde donde actuar según nuestro propósito. Esta sensación experimentada de una narrativa «a propósito «que palpita en nuestros tejidos e ilumina nuestra imaginación, es la acción.

El cuarto principio supone la adopción de acciones habilidosas para servir a este propósito. El propósito no es una cosa cualquiera, sino algo recurrible y observable. Por ejemplo, el propósito de incorporar un estilo de vida saludable puede comportar las acciones de comer sano y hacer ejercicio regularmente. El propósito de desarrollar una organización puede ser entendido como la construcción de un equipo, una cultura, una red de compromisos y así sucesivamente. El propósito de tener una relación más íntima puede ser entendido como el paso de una actitud defensiva a una postura de escucha abierta, a través del trabajo de corporización somático. O podemos decidir que nuestro objetivo es ser uno con el universo. Woa!, eso es mucho decir… y aún , podemos considerar esto una práctica espiritual comprometida mediante acción intencional de la compasión y la bondad en lugar del juicio negativo y el comportamiento egocéntrico.

Incorporar el respeto y el cuidado por la vida es la base para una vida con propósito.

Tómatelo con calma, pero tómalo.

Richard Strozzi

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