La voz del silencio

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Cada mañana, a la misma hora, atraviesan el cristal de mi galería los sonidos desgarbados de una voz humana. Gritos que podrían ser lamentos pero que también podrían ser ejercicios de canto de alguien que, obsesionado por cultivar la voz, ha perdido completamente la cabeza. Esta persona que nunca he visto y cuyo sexo no identifico, se pasea de esta forma, un día tras otro, dando voces por delante del Palau de la Música, sin que nadie escuche.

No sé cual es el propósito de su paseo. Tal vez tampoco lo sepa el, o ella. Es solo un sonido más que se ignora cada día. Cada día menos hoy, naturalmente. Hoy nos hemos quedado en casa. Hoy la suya, es la única voz que se oye. Hoy se ha hecho el silencio y puede que muchos de nosotros escuchemos por primera vez esa y otras voces… Voces que estaban ahí pero que el exceso de ruido nos impedía oír.

Así, muchos de nosotros que hoy estamos viendo cómo, desde nuestra casa, podemos realizar nuestro trabajo, nos permitimos escuchar esa voz que dice que el coste de tantos desplazamientos para ir al trabajo, las horas perdidas en los traslados, los tupper en la mini-cocina o en el espacio habilitado para ese fin en nuestro universo laboral, quizás no eran imprescindibles.

Que nuestras reuniones de coordinación con nuestros equipos, realizadas por videoconferencia, son ahora diferentes, requieren estructuras de intervención más explícitas, más intencionales, pero a la vez nos permiten sostener mejor nuestros puntos de vista y tomar decisiones consensuadas de forma eficiente; Involucrarnos, haciendo un uso más efectivo de nuestras intervenciones.

Lo cierto es que hoy, a nivel global, forzados por un virus desconocido, estamos practicando algo distinto. Una nueva forma de ser y estar que nos permite diseñar reglas nuevas, que nos permite escuchar el silencio. Lo queramos o no, estamos en un lugar diferente y los cambios que se están produciendo, no sólo están dando paso a una forma de organización alternativa, sino a la necesidad de poner en práctica soluciones sistémicas.

Las fronteras han cambiado, aunque sigue siendo necesario establecer y sostener los límites, y no sabemos bien cuáles son, ni cómo hacerlo. Queremos que los gobiernos o los bancos cubran los tremendos costes de esta crisis global, pero tememos que esto pueda afectar a nuestros ahorros. Queremos recuperar espacios de valor que vayan más allá de la adquisición de bienes y servicios de dudoso valor, pero no sabemos qué valores nos representan.

Estamos en una encrucijada y la tentación de repetir los viejos patrones de control, de miedo, de culpa, de prevalecer a costa del otro, no con el otro, las viejas prácticas, en definitiva, no ofrecen una respuesta eficaz, frente a un problema global. Así que puede que todo eso cambie hoy. Puede que la naturaleza esté empujando a la humanidad, a través de esta nueva responsabilidad colectiva, a dar un salto en la evolución y que seamos capaces de redimensionar nuestra importancia y acotar nuestro lugar en el planeta, permitiéndonos escuchar finamente la más frágil y silenciada de todas las voces, la voz de la vida.

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