Muerde la manzana
¿Cuántas veces nos quedamos atrapados en lo accesorio, en los medios para alcanzar un objetivo, olvidando el sentido inicial de nuestro propósito? Esforzándonos en un procedimiento o en una solución que nos está negando los resultados, seguimos ahí, tratando de inventar la rueda mientras, sin darnos cuenta, apartamos de un puntapié esa manzana que llega rodando a nuestros pies.
Nuestra atención es tan selectiva que, si hemos decidido que nuestro invento ha de llegar como colofón a un largo proceso deductivo, no la veremos. Entre otras cosas porque, a lo mejor, ya no se trata de inventar la rueda sino de perseverar en nuestro empeño, de demostrar al mundo que somos capaces o, simplemente, de glorificar nuestra torpeza a través de nuestro esfuerzo. Esto último también es muy humano.
La capacidad de imaginar, sin embargo, aun siendo portentosa, nunca será tan grande como la potencia generativa del universo. Si logramos fijar por un momento nuestra atención en lo que verdaderamente ocurre, en lo que está pasando ahí afuera, descubriremos frente a nosotros un territorio virgen. Una región inexplorada. Un espacio de potencialidad pura donde las cosas vienen a ser lo que uno elige, ni más, ni menos.
Ese lugar en el que todo ocurre y fuera del cual la experiencia carece de sustancia no es otro que el momento presente. No existe ninguna otra parte del universo, ninguna otra ubicación donde nuestra voluntad interactúe con el cosmos de tú a tú, participando en la construcción física del mismo. Fuera de ese instante prodigioso nada existe, nada sucede, no hay otro tiempo posible en la naturaleza. Pasado y Futuro forman parte del tiempo narrativo de nuestra consciencia y se dan cita en él, únicamente, como proyecciones mentales a las que podemos prestar atención, de las que podemos aprender o, a lo sumo, aspirar a realizar, pero no forman parte de la realidad. El presente es el único lugar donde podemos realizar nuestro deseo y, sin embargo ¿cuánta atención le prestamos a la inmensidad de este momento?
En su modelo de observación del cambio o “trabajo de proceso”, el físico y psicólogo Junguiano, Arnold Mindell propone que aquello que es “primario”, manifiesto y visible, viene siempre acompañado de aquello en lo que dicho “primario” está deseando transformarse. Estar atentos a ese deseo, según este modelo, es lo que nos permite seguir formando parte del presente desde su completitud.
Mediante la articulación de lo manifiesto, de lo visible, ya sea en un sistema organizacional, una relación o una persona, que se define como “primario”, hasta la articulación de aquello en que lo manifiesto o “primario” está tratando de convertirse, que se define como “secundario”, se proyecta el deseo de cambio, pero también se definen las resistencias.
El presente, por tanto, no es estable, no permanece jamás inalterado y si, por un momento tenemos la impresión de que es así, demos por seguro que está actuando alguna forma de resistencia. La resistencia al cambio es una forma de desconexión del devenir, una manera de no estar presentes o, por decirlo de algún modo, de no auspiciarlo. Posiblemente nos permita no verlo, pero no detendrá la transformación constante de lo observado.
De igual modo, lo que está intentando ocurrir, aquello que establecemos como “secundario”, una vez elevada su existencia al plano consciente, dejara de serlo convirtiéndose en un nuevo “primario” del que, a su vez, emergerá otro “secundario”, y así sucesivamente.
Desde la física cuántica se defiende la idea de que la realidad, y en el caso de las partículas subatómicas parece que se trata de una teoría comprobada, tiende a modificarse por el solo hecho de ser observada.
Esa forma de observación sutil, auspiciada por la intuición y la consciencia, constituye un elemento dinamizador de la transformación. La manzana viene girando hacia ti, ¿cuánto tiempo vas tardar en hacerle caso?